sábado, 2 de enero de 2010

aparcado en el centro comercial

Qué horrible es la gente del centro comercial. A la mayoría de las tías no me las follaba ni cobrando. Las pocas que están bien tienen aspecto de haberse recompuesto dándose unos brochazos sobre el sudor, la halitosis y la grasota rancia de la espalda. La gente es un asco. Toda ella huele mal. Aún esos angelotes que dejan una estela de olor maravilloso, excitante, que es combinación de lujuria e inocencia, incluso esas tías, seguro que les apesta el culo, o tienen pequeños residuos blanquecinos en el coño. Y de los tíos ya ni hablo, porque ya deberían estar todos muertos.
Pero es que no hace falta ni buscar, para encontrar la asimetría, el defecto, la desproporción. todas estas personas son subhumanos que están aquí por el estúpido convenio de que hay que derrochar el dinero en objetos que nadie desea más que vagamente.
Nos han dado algo de tiempo libre para encontrarnos entre nosotros, nos hemos dado cuenta de que somos monstruos amorfos y pestilentes, de que nuestra vida es un episodio corto de una pesadilla que acaba mal, y nos hemos lanzado a ver si entregándole todo nuestro dinero, el Dios del Centro Comercial quiere vendernos un poco de felicidad.
Fofos, raquíticos, enfermos, obesos. caminan con mala cara, enfadados porque a duras penas consiguen engañarse a sí mismos con la guardarropía que rebosa de sus carros. Son los abalorios que el hombre rico nos ofrece para hipnotizarnos. Y lo metemos en el carro, creyendo que así nos llevamos para casa una razón para seguir viviendo.


publicado desde móvil (sin enlaces; el aclamado dispositivo blackberry no los permite)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que deberías borrar esta entrada. Es tremendamente soez y no aporta nada a nadie.

Tu mismo