Hace algo más de un mes, un barco de pesca de atunes abanderado en Seychelles fue apresado por piratas somalíes. Este barco es propiedad de españoles, y española es -en su mayor parte- su tripulación también. Se da la circunstancia de que dos piratas de la banda fueron apresados a su vez por un barco de guerra español, y estos sujetos se encuentran detenidos en España, inmersos en un proceso judicial.
Este caso está siendo seguido con sumo interés por la población española, toda vez que nos encontramos con un grupo de secuestradores duchos en el manejo de la información y el marketing criminal, con las sabia colaboración de abogados londinenses, y sus cautivos son personas normales, trabajadoras.
Este asunto puede ser interpretado como una partida de ajedrez en la que el poder real está en las autoridades españolas pero que un factor decisivo de tipo afectivo confiere a los peones en manos de los somalíes valor de reyes (me refiero a la pieza del juego de ajedrez), a cada uno de ellos.
El asunto podía ser solventado por la vía militar en cuestión de horas, pero la integridad física de los marineros es inviolable. Los piratas sólo han de mantenerlos con vida y sin secuelas físicas permanentes, pero pueden -y para sus objetivos, deben- someterlos a la mayor presión psicológica posible. Les permiten hablar con sus familias y con la prensa, llorando abiertamente ante las bocachas de sus armas, para excitar los sentimientos de la población, y que esta -en el país objeto de extorsión- aumente el monto que están dispuestos a afrontar.
El hecho de que haya dos detenidos ha aumentado el rescate. En lugar de ser un factor de negociación a nuestro favor, ha sido retorcido de manera favorable a los piratas. La burocracia y el estado de derecho hacen que estos dos hijos de puta (negros, pobres, pero hijos de puta) no sean canjeables. Nosotros vamos a juzgarlos por sus actos y con arreglo a nuestras leyes, pase lo que pase, mientras que ellos sólo están sujetos a lo que en cada momento genere un mayor rescate. Ellos tienen a su favor que son unos salvajes, y nosotros nos ceñimos a leyes igualitarias y garantistas.
Volviendo a la metáfora del ajedrez, esta es una partida en la que varios peones están rodeados por dos torres. Eso no les permite huir. Nosotros tenemos todas las fichas pero, si comemos una de sus torres, la otra se comerá algún peón. Y cada uno de nuestros peones duele como un rey. Produce una reacción en el país de tan elevada emotividad que hace imposible el sacrificio de una sola de estas -por definición- sacrificables piezas.
Yo haría todo lo posible por liberar a los marineros del barco. Pagaría lo posible. Liberaría a los pobres dos negritos, hambrientos, en su derecho de buscar el sustento de su familia. Y después, me arrojaría sobre el poblado de origen de estos animales con todo el poderío militar que pudiese, y la haría desaparecer de Google Earth. Así dejaría de haber secuestros.
Después de esto, multaría al armador del Alakrana con todo lo legalmente posible (incluyendo el monto del rescate y de los gastos de la operación diplomática y militar), para que no se le volviera a ocurrir enviar a sus barcos (ni a él ni a ningún colega de profesión) a ninguna zona ilegal y peligrosa.
Y por último, comenzaría a plantearme si la pesca extractiva no equivale -como fuente de alimentos- a la caza de la edad de piedra, y si no sería cuestión de empezar a orientar la alimentación de los humanos a unas fuentes basadas en aquello que en los mamíferos se llama ganadería, y en los peces acuicultura. Y dejarles a los somalíes su riqueza, para que no se mueran de hambre ni intenten extorsionarnos torturando a personas tan inocentes como ellos.
Actualización: la población de Haradere, en la que se supone que está fondeado el Alakrana, ya no está en Google Maps; quizá haya sido ya bombardeada, si no por nuestros aviones, quizá por la miseria, el hambre y la enfermedad.