No me gusta que la gente coma en los cines. No me gustó nunca; cuando era pequeño, en los cines había un ambigú en el que la gente compraba garrapiñadas en el intermedio de las películas. Luego eliminaron el intermedio y también el ambigú, y fue un periodo ideal en la historia de la cinematografía universal, aunque había que acordarse de no beber mucho antes de la peli para no tener que salir a mear.
Pero ahora, en estos tiempos en los que hasta respirar cuesta dinero, han vuelto a abrir los ambigús, pero en versión descomunal, atendidos por personal subempleado y obligado a vestir unas camisetas ridículas. Cobran burradas por unos envases de palomitas como cubos de fregar con una o más latas de bebidas, y permiten consumir todo esto en la sala, al tiempo que proyectan la película. Afortunadamente, las películas suelen escucharse bien porque las ponen a un volumen que haría sobresaltarse a un bloque de granito. Pero aún así no me gusta que la gente coma en el cine.
Para las personas que compartan mi disgusto por esta práctica, propongo una protesta:
Acúdase en grupo no muy numeroso (cinco personas o incluso menos) a una sala de estas modernas de multicine. En mochilas, llévense latas de bebidas carbonatadas y una bandeja de chorizo bien cargado de ajo. Cualquier comida con mucho ajo estaría bien: algo con ali-oli, un pan tomaca con 100gr. de ajo por centímetro cuadrado… lo que sea. Es una lástima que tengan que ser comidas frías, porque si no ya nos iríamos al churrasco con chimichurri, o cambiaríamos el planteamiento y haríamos una sardiñada en las primeras filas, pero si encendemos fuego corremos el riesgo de que la gerencia del local se lo tome a mal.
En cuanto la película comience, colóquense las bandejas cada uno en el regazo y comiencen a consumir el sanísimo, riquísimo pero apestosísimo bulbo en el formato que hayamos decidido. Al tiempo, abran las bebidas y consúmalas sin coto. No se preocupen por los regüeldos, expélanlos con liberalidad, aventen su estómago como un calcetín dado la vuelta; en esto reside el aspecto didáctico de nuestra protesta. Todos los que nos rodeen se percatarán de la impertinencia de nuestra acción. En consecuencia, a poco que hayan evolucionado desde nuestro antepasado póngido serán capaces de relacionar esta desagradable situación con la que ellos mismos producen cuando embuchan la insana y carísima comida del cine, distrayéndose y distrayéndonos del contenido de la película.
Además, no entiendo que los distribuidores de cine estén siempre quejándose de que no ganan dinero. Alguien les debe estar robando sin que se den cuenta, porque a pesar de desplumarnos por varios medios (una sesión de cine puede alcanzar fácilmente los 12€ por cabeza) y de que manejen locales de seis o siete salas con tres personas con contratos de hambre, ellos siguen intentando darnos pena. Al final resulta que va a ser cierto, y que la culpa de todo la tiene internet.
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