
Así, hoy vivimos un resurgir del medicamento con nombre inteligible. Entre Thrombocid y hemorroidal, es fácil determinar cuál da más vergüenza al pedirlo en la farmacia llena de gente. Es fácil adivinar para qué sirve una dormidina. Ni el mancebo más corto se confunde, cuando le piden un laxante, si expende algo que se llama evacuol. ¿Quiere decir esto que vivimos una época de claridad en el lenguaje, de ir al grano, de no cogérsela con papel de fumar? No. Nada más lejos de la realidad. Lo que sucede es que, con los contratos de mierda que se permiten, con las pocas exigencias para trabajar en una farmacia o lo que sea, hay que poner unos nombres que permitan al personal menos cualificado/intelectualmente dotado entregar a cada cual el específico adecuado.
Me estoy acordando del chiste aquel del que tenía tos, iba a la farmacia a pedir algo y el dependiente le daba lo primero que le venía a la mano. Cuando el mancebo le decía al farmacéutico qué era lo que le había pedido el cliente y que le había vendido, éste le decía "¡¡insensato, ve corriendo a avisar a ese señor de que no se tome la medicina, porque es un potentísimo laxante!!". El mancebo se encuentra al señor un poco más abajo, agarrado fuertemente a una farola y, temiendo una reacción violenta, le pregunta con circunloquio "¿qué, ya no tose más?", a lo que el pobre señor responde, con un hilo de voz: "no me atreeeevo".
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