Me ha dado ahora por hacer etimologías. Mi mujer me ha regalado un conocido diccionario de etimología, el de Joan Coromines, y estoy dispuesto a inventarme alternativas. Quiero advertir de esto porque es una costumbre que tengo desde siempre, la de inventarme explicaciones para las cosas en el límite de lo posible. Estas invenciones intentan ser plausibles desde un punto de vista creativo.
Lo hago con frecuencia, y al principio de nuestra relación a mi mujer le colaban con frecuencia. Ahora ya no, porque me conoce y porque es muy inteligente. Lo curioso es que a mis hijos también les hago estas cosas, y que ya no se creen nada de lo que les digo. Esto es así hasta el punto de que cuando les explico la historia de algo -cosa, personaje, expresión o lo que sea- tengo que postrarme en tierra y emitir solemne juramento para que me crean. Cuando viene un amigo suyo a casa tienen que estar continuamente diciéndole "no le hagas caso, que mi padre siempre está inventándose cosas". Supongo que esta manía de inventar es fruto de mi ignorancia -consecuencia de mi carencia absoluta de memoria. Mi curiosidad ha de rellenar los huecos abismales entre uno y otro concepto con material inventado, ya que no recuerdo el original.
Ya sé que esta advertencia tendría que haberla hecho desde que comencé a hacer este blog, porque en las expresiones mutantes lo que vine haciendo es esto mismo. No importa mucho porque casi nadie me lee, y me da la impresión de que este tipo de cosas tienen muy poco éxito. La verdad es que por lo que cobro no podéis exigirme encima que sea bueno; ni siquiera divertido.
¡Jódase, señor!
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