Tengo hijos. Dos. Y procuro no pegarles y no reñirles. Me gustaría no tener que hacerlo; que fuesen de esos niños maravillosos que les dices recoged la habitación y salen corriendo (o, mejor aún, andando rápido, para no tirar nada por el camino) a hacerlo, que dices vestíos y resulta que no hubiera hecho falta porque ya estaban vestidos, lavados y peinados, con sus mochilas preparadas y sentados en la escalera, repasando sus lecciones del día y esperando por mí para ir al cole. Buff, claro que me gustaría. Y sin duda este es el nivel de los niños de la ministra Mercedes Cabrera. Sin embargo, no todos los padres somos tan maravillosos. Yo al menos no lo soy. No sé hacerlo mejor, de verdad, si no tuviera que trabajar y que hacer el trabajo de casa quizá tendría algo más de paciencia, pero no sé cómo hacerlo para no pegarles y educarles al mismo tiempo. Y no quiero decir con esto que esté dándole bofetadas todos los días, con tal fuerza que se les caen los sesos por la nariz. No. Creo que antes de que llaméis a la policía para que me detenga debo explicarme un poco.
Yo sé que no se debe pegar a los niños. Y así lo intento hacer. Sin embargo, los niños procuran explotar los recursos a su alcance para forzar situaciones y ver hasta dónde pueden llegar. Por ejemplo, justo en el momento de salir hacia el colegio, uno de los niños se tumba en el pasillo, descalzo, sin lavar y peinar, y se pone a leer tranquilamente. Le digo que se levante, que se calce, se peine y salga disparado por la puerta; si se lo digo en voz normal el efecto será el mismo que si me rasco la nariz: ninguno. He, pues, de gritarle un poco. Aún así, puede que inicie un pequeño movimiento con una mano, tanteando a ver si debido a un milagro sus zapatos se encuentran en el radio de acción del brazo que no sujeta el libro. Esto no es suficiente, porque ya deberíamos estar saliendo por la puerta y los zapatos insisten en permanecer a tres metros de su mano. Lo siguiente que hago es quitarle el libro; ¿es esto violencia?, ¿he quebrantado los derechos del menor, negándole el acceso a la cultura? Quizá sí, aunque no creo que Gerónimo Stilton sea algo imprescindible en su formación. Entonces, el niño inmediatamente empieza a gritar, llorar y soltar argumentos inteligentemente urdidos para desesperarme: "nunca me dejas leer", "tú siempre quieres que me calce", "por qué tengo que ir al cole", etc. Yo sé que la ministra Cabrera en un caso como este le rebatiría, basándose en la dialéctica de Hegel, con parsimonia y rigurosidad académica, todo ese entramado filosófico completo construido al vuelo por mi hijo. Pero ya querría verla, a la señora Cabrera, cuando mi hijo se tapase las orejas para no escucharla, inutilizando por lo tanto sus extremidades superiores, imprescindibles para calzarse y lavarse. ¿Valdría Kant y La Paz Perpetua, en este caso? No lo sé. Yo no soy capaz de mentar a ningún filósofo de renombre aquí, porque sus nombres son largos y no me da tiempo. Hemos de estar en el colegio dentro de ocho minutos, y el niño ha conseguido que perdamos siete sin que se haya preparado en absoluto. En este momento, con el niño tapándose las orejas de pie en el pasillo, sin calzar y sin lavar, sin ponerse el abrigo y sin intención de moverse en un futuro próximo, lo único que se me ocurre es darle un azote en el culo. Puede que eso desbloquee la situación y puede que no, pero es lo único que me queda por hacer. O quizá no.
Quizá, en lugar de decirle que se calce, de quitarle el libro, de darle la orden a gritos, de intentar convencerle, de darle un azote... quizá en lugar de todo esto, debería haber comenzado por coger yo los zapatos y haberlo calzado, pidiendo perdón por las molestias, debería haberle sujetado el libro en alto mientras lo ayudaba a levantarse sujetándolo dulcemente por el codo; quizá debería haberlo llevado, sin que tuviese que dejar de leer, hasta el lavabo, donde con una mano yo le sujetaría el libro y con la otra le cepillaría los dientes. A lo mejor, debería haber seguido haciendo de atril para su libro todo el camino hasta el cole, cogiendo yo su mochila y su abrigo -que no habría querido ponerse, ¡qué metedura de pata la mía!
¿No estaremos haciendo de la nueva generación un grupo de lechoncitos malcriados? ¿no será esta protección del menor -tan abusiva- la responsable de que los niños cada vez se porten peor? ¿no sería mejor que en lugar de dedicarle dinero a esta idiotez lo dedicasen a rescatar a los niños que trabajan en minas, esclavizados (por ejemplo)? Yo sé que está fatal hacer daño a los niños, torturarlos y arrancarles los miembros, pero eso ya estaba penado, y no es un problema acuciante de la sociedad. Más bien, diría que nunca jamás en la historia de este país estuvieron los niñitos tan bien tratados y tan lustrosos, y dispuestos a decir a sus profesores tócame que te denuncio. En resumen, que no es necesaria esta campaña, y menos en este momento.
La primera escena del anuncio de la campaña "Tus manos son para proteger" (lo pego abajo, pero no hace falta que veáis los 3 minutos, porque repiten el anuncio cuatro o cinco veces al modo de La Naranja Mecánica, a ver si nos corrigen ese colchoqueo joroschó, chelovecos) nos muestra la silueta de una mano que sujeta un peine y que peina a un niño. El niño anda, durante todo el anuncio, en un mundo ideal de siluetas de mariposas, flores, hierbecita y tal, sin que se le vea en ningún momento hacer nada excepto meterse en algún jardín para que la silueta de las manos lo protejan de caerse, mojarse y eso. La idea es que el niño siempre tiene razón, incluso cuando no la tiene, y que nosotros debemos limitarnos a evitar que lo aplaste un bus. Para el resto de la educación, ya está el ministerio de la señora Cabrera.
4 comentarios:
¡Dioses olímpicos!
Cómo me gusta ver que no estoy sola en el mundo con estas mis creencias en la disciplina y el orden (eso, eso). Cómo disfruto al pensar que si me hubieras visto tú hace 10 años dejando a mi hija mayor llorando a moco tendido y pataleando en la acera porque no le daba la gana de cruzar la calle cuando y como yo decía (de la mano), no me habrías recriminado como la madre que pasó a mi lado y aún tuvo la desfachatez de faltarme al respeto con un "Hay que ver cómo tratas a la nuña, si es pequeña...".
Tú habrías comprendido que lo que se merecía esa aprendiz de tirana entonces, casi a las ocho de la noche con la cena sin pensar, la compra sin hacer y un día horrible de trabajo y tensiones, no era una chaparreta y mi indiferencia alejándome (mirándola por el rabillo del ojo, no creas) sino que de veras la hubiera dejado allí con la que estaba cayendo y lo que se terciara.
Ahora tiene doce años y enormes arrebatos de mal humor, pero sabe que para cenar tiene que poner la mnesa y que NO significa eso: NO.
!Dioses Olímpicos! ¿La habré traumatizado de por vida y acabará de ministra?
Ten cuidado, porque además de ministra puede darle por ser profesora universitaria, y eso sí que sería preocupante;-)
Quién te se me chivó, malvado?
Grandioso!!!! ¡Qué verdades!!!!
Yo empezaría por darle un par de cachetes a la ministra (con cariño y.... casi vicio) y después al niño.
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