Me acaban de dar un folleto de cursos en la calle. Supongo que son los típicos cursos orientados a la gente que no está satisfecha con su vida laboral, o están en el paro. Son cursos pero el folleto hace las veces de flotador o tabla que flota en un naufragio. Pasamos náufragos por la esquina del cruce en el que está el repartidor de folletos, todos con la misma cara de desolación. Pienso que no son gran cosa, los cursos, si el que los reparte parece el más desesperado de los pasajeros de la última grasienta gabarra hundida. ¿Por qué no se salva él? ¿Por qué reparte la fortuna, la nueva vida, entre sus semejantes y él sigue con ese pelo largo despeinado y barba y ropa vieja? A lo mejor se trata de un nuevo Mesías, que reparte el bien y se priva hasta la inanición para entregarlo todo a los demás. Pero no me lo parece.
Sigo subiendo hacia casa, con mi folleto en el bolsillo. Lo malo es que en el mar que me ahoga ese salvavidas no flota.
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