¿Cómo será la sensación de la bala atravesando mi cráneo y mi cerebro? ¿Acaso será como cuando me doy un golpe contra el marco de la puerta del coche, al entrar? ¿Será esa sensación de violencia repentina y fugaz que equivale a una interferencia eléctrica en un televisor? Lo malo no es la sensación en sí; lo que más miedo me da es que no habrá sensación alguna, porque el momento en el que se evalúa el efecto de lo sucedido yo ya no tendré conciencia. No estaré ya, para rememorar lo que me sucedió. Toda reacción a algo que nos sucede es un recuerdo, algo alojado en el pasado; sin embargo, no habrá presente desde el que contemplar lo sucedido. El golpe de la bala habrá no-ocurrido, al igual que todos los recuerdos de mi vida, al igual que mi vida toda. No habrá pasado nada.
¿Qué impide que lo haga? No creo en Dios, ni en la vida eterna. Esto hace que no crea en que mi conducta actual traiga una consecuencia futura. Da lo mismo que sea un santo o un asesino en serie; mi destino es el no-ser, la nada. Y es eso, la nada, lo que me acojona. Lo desconocido... no, lo DESCONOCIDO, la NADA. Así, con mayúsculas, porque no es sólo mi existencia lo que pierdo, sino absolutamente TODO. La existencia del universo todo es, para mí, una consecuencia de mi propia existencia. Si yo dejo de existir, todo deja de existir.
Os hago un favorazo, manteniéndome con vida. Que lo sepáis.
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