A través de Esquizopedia llego a The 7 Most Violent Warning Signs. La que más les gusta -y coincido con ellos- es la de la silla de ruedas cayendo por una cuesta empinadísima bajo la que espera un cocodrilo con la boca abierta. Es una situación de comedia de cine mudo, o de peli de Mel Brooks. Hela:
Sin embargo, la que me produce un poco de extrañeza es la segunda que ponen en Esquizopedia, que también coincido en que es de las mejores, pero cuyo significado no comprendo muy bien. Parece que hay una persona siendo destrozada por una sierra giratoria enorme, pero el texto no advierte del daño que pueda causar la sierra en sí, sino que previene a quien se acerque de que la máquina puede despedir fragmentos de material (huesos, en este caso). Vedla, pues:
3 comentarios:
Si hubiera habido prevención de riesgos en la edad media, las advertencias en las cámaras de tortura hubieran sido más o menos así.
(Ojo: No acercarse al potro cuando está en uso. Extremidades y otros objetos podrían salir disparados por la fuerza elástica)
Me estreno en esta sección de comentarios con la siguiente reflexión: dando por hecho de que Australia es el país más conocido por su población de cocodrilos, y de que ir a verlos es una cosa más de turistas que de nativos, no puedo evitar preguntarme en esta tarde de domingo la cantidad de factores que se tienen que dar para que un minusválido en silla de ruedas aguante un siempre tedioso número de horas para llegar hasta el último continente y todo su afán allí sea acercarse a la laguna dónde viven los peligrosos animales, sabiendo que en el peor de los casos allí saldría todo el mundo por patas (y sí, incluyo a los supuestos seres queridos) y se le dejaría tirado.
Me temo que estamos viendo, y entendiendo, la senhal de peligro de forma demasiado literal. Si rascasemos un poco y nos metiéramos en el fantástico mundo de los dobles sentidos, entenderíamos que la senhal no es tanto de peligro si no de indicación. Indica a los parientes y/o amigos de minusválidos, australianos o no, que ahí se encuentra el lugar idóneo para librarse de ellos ya que no sólo se va a deslizar a toda leche por la cuesta; al final, habrá un hambriento cocodrilo esperándole.
Y sin mancharse las manos demasiado, uno vuelve a casa con la perspectiva de una nueva vida y una jugosa pensión.
¡Ay, amigos! En efecto, los caminos del INSERSO para aliviar las cuentas de la Seguridad Social son inescrutables.
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