El tema de esta anotación, realmente, es el artículo de Arturo Lezcano de La Opinión de A Coruña de hoy. Las reminiscencias noventaiochescas de Lezcano son algo común en su generación. Hay que tener en cuenta que es una generación que vivió una pantomima insostenible de imperio de los Austrias, regido por un señor bajito de voz de flauta y porte ridículo. En el momento histórico aquel, una mayoría de la población se creyó el absurdo engreimiento de aquel militar en un país empobrecido e inculto, que soñaba con antiguas glorias irrepetibles.
De este ambiente nacen las ideas de Arturo Lezcano en este artículo. A mi juicio, el escritor identifica el incipiente orgullo español actual con la soberbia disparatada de la España de Franco. Y además hay que tener en cuenta que Lezcano es un nacionalista gallego, opuesto por tanto al nacionalismo español, con lo que cualquier atisbo de unidad nacional sobre un anhelo común en España es por definición un peligro a combatir. En él, se suman y subliman la enemistad a la dictadura de Franco por motivos ideológicos con la que nace de motivos identitarios.
Es por eso que escribe este artículo atacando el envanecimiento de la prensa -y la gente del bar- al loar el triunfo de España en Estados Unidos como si lo hispano fuera determinante allí.
Yo sé que en los USA el papel de España, o del hispano en general, es residual, y ni remotamente proporcional al peso de su población en número. Pero tampoco tengo claro que se deba reprimir el orgullo de pertenencia. ¿Qué es mejor, vivir en una petulancia grotesca o con un complejo de inferioridad invalidante?
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