martes, 30 de septiembre de 2008

todos mentimos


Os voy a contar una cosa que me está pasando con mis vecinos, a ver qué os parece. Resulta que uno de ellos tiene el coche en el mismo piso del garaje en el que aparco yo. Como es un edificio muy pequeño hay tres plantas de garaje, con tres plazas en la mía, una en otra y una y media (dos, en realidad) en otra.
Resulta que un día el vecino que guarda su coche en mi piso le dijo a mi mujer que alguien, no sabía quién, estaba echándole en el coche un aerosol de un producto graso, como aceite lubricante, con la evidente intención de perjudicarle. Como es el tipo de persona que considera su coche una prolongación de sí mismo, en el sentido de que es un aditamento que lo define tanto como a otros su inteligencia o su belleza (cosas ambas de las que este señor carece), pues ya os podéis imaginar que no estaba precisamente contento. Dijo que si pillaba al que lo hacía no respondía de sus actos y cosas semejantes.
Cuando mi mujer me lo contó, yo no di crédito, y me imaginé que lo que le había ocurrido es que habría estacionado fuera (meter el coche en nuestro garaje es un coñazo), debajo de uno de esos árboles que sueltan una sustancia resinosa, y que en su paranoia se había imaginado a uno de nosotros rociándole aquello. La verdad, por más que pensamos, no nos imaginamos que ningún vecino fuese capaz de tamaña niñería.
No obstante, al cabo de unos meses un día bajé al garaje con mis hijos para sacar el coche y largarnos, y me fijé en el coche de ese señor. Tenía miles de trocitos de cristal esparcidos alrededor del coche. La ventanilla del copiloto había saltado en pedazos. Me intrigó lo que pudiera haber pasado, de modo que me acerqué a mirar y observé que la mayoría de los trozos estaban fuera, pero también había en el asiento, en el interior del coche; no estaba claro si se había roto desde fuera o desde dentro. Por otro lado, era obvio que no venía roto de la calle, porque los cristales estaban en el suelo del garaje. Todo esto lo comentamos los niños y yo, haciendo del suceso un motivo de investigación. Como mis hijos eran muy pequeños no aguantaron mucho tiempo deduciendo, así que enterré el asunto.
Al cabo de unos días, me encontré al vecino en el garaje y se me ocurrió preguntarle por lo del cristal. Me arrepentí al momento, pero ya era tarde. Me habló indignado de que no se podía fiar de nadie, que él ya sabía de quién se trataba pero que no me lo iba a decir porque no tenía pruebas (pero lo tenía clarísimo, al parecer). Que iba a instalar una cámara para filmar lo que pudieran hacerle en el coche. Volvió a contarme lo del aerosol de aceite que le echaban para perjudicarle. Bueno, una cosa terrible. Yo no sabía qué decirle, porque en realidad no tenía ni la más remota idea de qué podía haber ocurrido. No me creía que nadie del edificio pudiese hacer esas gamberradas tan tontas, pero tampoco podía haberle pasado aquello sin intervención humana (pensé en los cambios bruscos de temperatura que pueden romper un vidrio y ese tipo de cosas, pero las descarté por imposibles: los cristales de los coches tienen que estar concebidos para que eso no pase).
De entre todos los vecinos, el que más motivos tendría para hacerle todo esto, aparte de mí (este señor promovió -de malísimos modos- un cambio que me aumentó la cuota de comunidad más de 20€) era otro, que tenía varios contenciosos que no contaré por no ser prolijo. Con la mujer de este vecino me encontré otro día y me habló de las paranoias de aquél, que andaba por ahí sugiriendo que los culpables de todo eran ellos, me dijo que si ponía una cámara lo iban a demandar por atentado a la intimidad y que ese tipo de afirmaciones eran una difamación intolerable. Total, que me quedó confirmado que ellos no habían hecho nada de aquello. Y sin embargo alguien miente, o habla sin estar del todo seguro de las cosas. Quedan varios vecinos, pero creo que ninguno tiene motivo alguno para perjudicar al del coche. Tampoco hay nadie que tenga hijos adolescentes, susceptibles de hacer alguna gamberrada (yo fui uno de esos adolescentes y sé de qué hablo). El único chico en edad de hacer la burra parda es el hijo del dueño del coche siniestrado; es una posibilidad más.
Lo que está claro es que alguien miente, y no sabemos quién (o quienes, porque es posible que nadie diga la verdad).
Por lo tanto, voy a proponer a la comunidad que se controle y se verifique cuán susceptibles son de mentir cada uno de los vecinos del edificio. Así, a través de un método incontrovertible, podremos hacer una evaluación de la veracidad de cada uno de los miembros de la comunidad de vecinos y sus familiares. De esta manera, cuando ocurra una de estas cosas, podremos preguntar a cada uno y si se produce alguna contradicción sabremos que el más veraz es el que tiene razón. Obviamente, yo -que soy el que propone estas calificaciones- gozo de partida del mayor rango en la escala de veracidad (digamos que soy la barra de platino iridiado a partir de la cual se miden el resto de los vecinos).
Y si alguien se queja, si algún vecino dice que debo estar loco, si alguien se parte de risa ante mi propuesta, no tendré más remedio que remitirle al artículo de El País del día 30 de septiembre de 2008, en el que se habla otra vez de la propuesta de la eurodiputada estonia Marianne Mikko (de evaluar el grado de veracidad de cada blog), de los rumores y mentiras en internet (que al parecer son la norma y son más peligrosos que el ántrax), y de la iniciativa de Tim Berners (el padre de internet, según El País; la madre debe de ser Santa Tecla).

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