El fin de semana pasado fuimos de camping con varias parejas y sus hijos. En total seríamos como diez personas y ocho niños.
Es maravilloso ir de camping. Esa comunión con la naturaleza. Ese retorno a nuestros orígenes atávicos, a la caverna, a la íntima relación con los demás miembros de la tribu... esa carencia total de intimidad, esas extremas condiciones ambientales que prohiben leer, dormir, comer, estar tranquilo, cagar, mear y cualquier otra actividad que en nuestra casa satisfaríamos sin darnos cuenta. Esas miradas torvas de no haber dormido, esos saludos mascullados entre dientes, ese carnaval de hedores... ese caos de bolsas ropa toallas efectos personales diversos arena tierra hierbecillas en el que es altamente improbable que encuentres lo que buscas, y absolutamente imposible que se halle en buen estado si es que lo encuentras.
Llegamos tarde y montamos las tiendas. La mía, justita para los cuatro (mi mujer, los dos niños y yo). Trajimos dos colchones y un hinchador. Un colchón pude hincharlo yo, pero el otro tenía un agujero tan grande que ninguna de las boquillas valía. Estuve a punto de meter mi cabeza dentro para hincharlo. Por suerte me dejaron un hinchador adecuado, y que además se enchufaba a la toma de 12 v. del coche, pero al terminar de hinchar, antes de conseguir tapar el agujero, se vació la mitad del aire. Quedó a media presión, tal que al tumbarme el culo me daba en el suelo. Al día siguiente descubrí otro agujero más pequeño al lado del grande, pero ya era tarde.
La primera vez que entré en el edificio de las duchas y váteres, un tío se metió en uno de los cubículos de cagar. En el tiempo que me ocupó mear, de repente escuché un pedo como de 750 c.c. ruidoso, retumbante y prolongado. Pensé que el tío no tenía absolutamente ningún sentido del ridículo, y luego pensé que podría haberlo echado en otro sitio más íntimo, pero ¿cuál? ¿dónde podía haber expelido aquel gas ese hombre que no le oyese nadie? En la tienda, además de ser menos apropiado por definición, está rodeado de aún más orejas para escuchar la ignición y el lanzamiento. ¿En la playa, quizás? No; también está lleno de gente. Total, que entonces me di cuenta de que durante dos días tendría que elegir entre librarme de mi paquete fecal al mismo tiempo que de mi sentido del ridículo, o traerme ambos para casa.
La primera noche fue triunfal. Comencé durmiendo con la cabeza en el lado opuesto a la puerta de la tienda. X (mi mujer, que no me concede derechos de imagen) me dijo en cuestión de minutos que ella se cambiaba, que no aguantaba de la claustrofobia. Yo todavía no notaba esa feretriz sensación. Sin embargo, la impresión de estar amortajado fue en aumento progresivamente hasta que sentí que en mi nicho escaseaba el aire, y entonces me di la vuelta como X. Los pies me daban en el fondo de la tienda, y la cabeza en la puerta, así que decidimos abrir la puerta y sacar fuera la cabeza. Casi no podía respirar, porque no sé por qué motivo se me taponó la nariz (quizá el polvo de los sacos me dio alergia). Con la cabeza fuera me dispuse a intentar dormir. Entonces un extraño pájaro se puso a cantar en dos tonos con bastante fuerza. Yo no le encontré especial calidad a la melodía, pero X creyó que aquello era imposible que lo hiciese un pájaro, así que salió estrepitosa perdida a hacer ssssshhh, creyendo que unos gamberros armados de silbatos nos estaban jodiendo la noche. A las cinco y media noté que un mosquito me había picado en las manos, en los pies y en la cara. Era todo lo que había a la vista, así que no le quedaba nada por picar; no lo entendí ni lo entiendo ahora, porque yo me eché repelente de mosquitos en todos los sitios; quizá fuera un mosquito con moquillo (creo que pierden el olfato). Luego, ya a las cinco y media, estuvimos hablando un poco X y yo asomados a la puerta de la tienda, viendo como el día iba aclarando. Después dormimos un poco, hasta las siete o siete y pico, que se despertó X' (nuestro hijo mayor) presa de uno de sus ataques malignos de posesión satánica, producido por haber dormido aproximadamente la mitad de lo que acostumbra (los niños cayeron presa del cansancio a la una o más tarde, y X' se suele dormir a las nueve). El demonio no abandonó a mis hijos hasta que pudieron dormir una noche entera, ya en casa.
La noche siguiente ya conseguimos dormir más o menos bien, aunque siempre con la cabeza fuera de la tienda. Uno de los que venían con nosotros, que no sólo no durmió nada sino que ya ni siquiera lo intentó, nos dijo que en su nocturno deambular le pareció peligroso que durmiésemos así, expuestos a que un borracho tropezase con nuestras cabezas. No hubiese importado, creo yo, porque en ese momento no las estábamos usando.
2 comentarios:
Me dice mi X que puede acreditar que los sacos no tenían ni mota de polvo, que estaban lavados
yo lo siento, que leo los posts de arribabajo y por primera vez, pero a esto le pones copas por todos lados y es cheever. genial
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