Hoy aparece en El País un artículo muy interesante acerca de la energía nuclear, escrito por Claudio Aranzadi, un ex ministro de Industria y Energía durante los gobiernos de Felipe González. El artículo reduce todo el problema a sus aspectos económicos o, más exactamente, numéricos. Es lo que suelen hacer los ingenieros y los técnicos en general: reducir a números los problemas, para así sustraerse a los elementos de emotividad que conciernen a la toma de decisiones y que éstas resulten más adecuadas a la consecución de objetivos. Es una manera eficaz de conducirse en la vida, y si no que se lo digan a las víctimas del Holocausto.
En el artículo, lo que viene a decir don Claudio (no tengo confianza para llamarlo Claudillo) es que la energía nuclear es lo que más mola del mundo porque según sus números es improbable que ocurra un accidente. Esto lo doy por cierto sin comprobarlo. Seguro que él sabe mucho más que yo del tema. También dice que la percepción del ciudadano medio (no dice mediocre, pero lo piensa) es de que la energía nuclear es peligrosa. Por desgracia, la mayoría de los ciudadanos son medios, y Don Claudio es superior, pero hay pocos ciudadanos superiores. Si hubiera más, podríamos dar rienda suelta a la construcción de nucleares, pero son pocos, y en este contexto mandan los medios y no los delanteros.
Sin embargo, se olvida Don Claudio, y lo menciona de pasada, del problema mayor de la energía nuclear, que son los residuos que genera, cuyo poder contaminante puede alcanzar los 250.000 años. No hay solución para este problema excepto el almacenamiento y custodia en lugares sellados. Pero es que son muchos años para estar pagando un vigilante 24 horas, y para que los materiales en los que se introducen los residuos se mantengan inalterados. Quiero decir que la vigilancia y mantenimiento de estos residuos, cuyo volumen es acumulativo, es un problema del que se confía en encontrar solución en el futuro. Esto es algo por lo que Don Claudio pasa de puntillas, no vaya a ser que se note que la gente de ciencias es como la de letras, igual de equivocada pero con algo abstracto que les da la razón. Al fin y al cabo, no hay manera de cuantificar el coste de procesar los residuos radioactivos porque no hay proceso alguno; por eso es bastante barato. Es una pena que todo el mundo sepa usar palabras pero muy pocos sepan usar números, pero aún así, los ciudadanos medios, con gran intuición, se dan cuenta de que en esto priman los intereses del gran capital sobre el bienestar de las personas, y que conviene oponerse y no creerse nada.
En definitiva, supongo que para mantener una producción fija de electricidad necesitamos centrales que se puedan encender y apagar cuando uno quiera. Es por eso que seguimos teniendo térmicas y de gas. En este rango entran las nucleares, que también funcionan cuando uno quiere, sin tener que depender de que haya luz o viento (ni siquiera las apagan cuando tienen problemas, véase lo ocurrido en Ascó). Necesitamos mantener una producción estable de electricidad y hay muy pocas opciones de tecnologías no contaminantes para producir electricidad de manera continua. De hecho, sólo se me ocurren los molinos de mareas y las hidroeléctricas, aunque estas últimas no del todo, porque dependen de las lluvias. Sin embargo, yo soy enemigo acérrimo de las nucleares, y más partidario de la limitación del consumo al mínimo y del desarrollo de las energías no contaminantes, que aprovechan la energía que la naturaleza misma produce. Y mantener un mínimo de energía eléctrica por combustión de gas, carbón o petróleo porque no queda más remedio.
Y a los ingenieros, someterlos a estrecha supervisión de una comisión de filósofos y doctores en lenguas clásicas.
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