Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Periquín a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas. -Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan,te las daré a cambio de la vaca. Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar.
Realmente, Periquín se está comportando como un auténtico botarate. Nótese que no se valora la aptitud del héroe, sino que el ser engañado como un chino (suponiendo que se dejen engañar, los chinos) deriva por azar en un beneficio. La idiotez recibe aquí una inmerecida recompensa. Por otra parte, llamaré la atención, aunque no constituya la base de mi crítica, sobre la mentecatez de la viuda, que se deja llevar por la ira y luego se pone a llorar (así se educa a las niñas en que la histeria es la regla de vida de las mujeres adultas).
Cuando se levantó Periquín al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista. Se puso Periquín a trepar por la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido. Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo mandaba. Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas, y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña.
Aquí nos dicen que el gigante es malvado, pero no nos dicen por qué. Es malvado porque sí, porque lo digo yo que soy el narrador. Así voy justificando subliminalmente todo lo que voy a robarle al pobre grandullón, que estaba allí en las alturas sin meterse con nadie. Por lo tanto, no extraña a nadie que en cuanto se despiste Periquín le coja la gallina de los huevos de oro y salga corriendo con ella bajo el brazo, cometiendo un robo.
La madre se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Periquín tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante. Se escondió tras una cortina y pudo observar como el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero.
La madre sigue dando una lección de madurez, viendo llegar a su hijo con un producto robado y poniéndose muy contenta.
En cuanto se durmió el gigante, salió Periquín y, recogiéndo el talego de oro, echo a correr hacia la planta gigantesca y bajó a su casa. Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo. Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente vacío.
Periquín comete otro robo porque el producto del primero se les acaba. El gigante -inexplicablemente- sigue siendo el malo del cuento.
Se cogió Periquín por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Entonces vió al ogro guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro. Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite vió Periquín que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, oh maravilla!, tocaba sóla, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco
El niño comete otro robo con escalo, el de la caja que genera monedas. Como los anteriores, es motivado por la necesidad, porque lo necesitan él y su madre para comer (el concepto de esfuerzo y trabajo no entra en las enseñanzas de este cuento; digamos que no está en los objetivos del programa). Sin embargo, Periquín ve otra cosa -el arpa- que le interesa por motivos más elevados y ajenos a la necesidad: el vicio de robar y la ausencia de valores se extiende por el niño, consolidando en él una indeleble inclinación al delito.
Apenas le vió asi Periquín, cogió el arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periquín, empezó a gritar: -Eh, señor amo, despierte usted, que me roban! Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos acusadores: -Señor amo, que me roban! Viendo lo que ocurria, el gigante salió en persecusión de Periquín. Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que también el gigante descendía hacia él.
Aquí nos encontramos con otro rasgo asociado con el hampa: el odio profundo al chivato. La primera impresión nos hace pensar en el arpa como un ser mágico asociado con la maldad, avisando (chivato, chota, chusquel, y eso sólo comenzando por ch) al terrible ogro para que haga daño a Periquín, nuestro querido héroe. Pero nada más lejos de la realidad: lo que está haciendo el arpa es intentar salvarse del secuestro de un chorizo habitual, que se la está llevando quién sabe con qué siniestras intenciones. Y el gigante, por supuesto, sale en persecución de Periquín.
No había tiempo que perder, y así que gritó Periquín a su madre, que estaba en casa preparando la comida: -Madre, traigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante! Acudió la madre con el hacha, y Periquín, de un certero golpe, cortó el tronco de la trágica habichuela. Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Periquín y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro.
FIN
1 comentario:
Joder, y aún no han metido en la cárcel a ese hijo de puta; nunca mejor dicho.
Juan.
Publicar un comentario