Haciendo honor al nombre del blog, comienzo (lo que espero que sea) una serie explicando las cosas que me sorprenden de la mitología griega.
En mi empeño de hacer a mis hijos a mi imagen y semejanza, hace como un año me dio por coger en la biblioteca un par de libros sobre mitología griega explicada a los niños para irla leyendo y contársela por las noches antes de dormir. Sin embargo, a ellos esto no les interesó lo más mínimo, y a mí me dio bastante pereza, así que cancelé el proyecto hasta mi séptima reencarnación.
No obstante, descubrí que el libro que yo leía de pequeño sobre este tema era un compendio o recopilación sin conexión entre una cosa y otra y, sobre todo, al que se le habían extirpado todos los rasgos escatológicos, brutales o absurdos que abundan en las narraciones originales. Particularmente, no conocía yo el comportamiento infantil y errático de los dioses, ni sus debilidades venéreas.
Así pues, creo que voy a empezar a contar las burradas que los dioses griegos hacían. Quizá eso explique por qué el Dios cristiano nos parece justo. Y es que si no es por comparación con ese parvulario al que llamamos Olimpo, ya me dirán a santo de qué nos puede parecer justo que nos desaucie un ángel de espada flamígera por el robo (para autoconsumo) de una pieza de fruta.
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