Lo siento mucho, porque el sufrimiento de Venezuela puede ser más grande aún, pero ya no me queda crédito para Chávez.
Reconozco que fui chavista, y que apoyé a ese señor a pesar de haber sido un militar golpista, de ser un histrión estrafalario. Creí en él porque desconfiaba de la oligarquía de toda la vida, aquella que se yergue sobre la masa de chabolas que rodean Caracas. La que aupó a Caldera y Carlos Andrés Pérez, con sus desaparecidos no aparecidos jamás en las páginas de El País. Desconfiaba del señor Gustavo Cisneros, relacionado con el grupo Prisa (propietario entre otros de El País), con el que comparte acciones de muchos medios latinoamericanos. Por otro lado, tengo en cuenta que varias empresas españolas (Repsol y Telefónica entre ellas) se juegan buena parte de sus expectativas a la carta de vampirizar los recursos del pueblo venezolano. Dado que estas empresas invierten mucho dinero en publicidad en medios españoles hay que desconfiar por sistema de cualquier información que nos llegue a través de medios comerciales, y quedarnos sólo con lo que dice Rebelión o Le Monde Diplomatique.
Sin embargo, este señor ha llegado al límite de lo que puedo admitir. Sigo sin fiarme de esas "informaciones" que hablaban de violaciones de derechos humanos o de asesinatos en manifestaciones. Pero ha habido un cierre de una cadena de televisión (poco importa el subterfugio burocrático en el que se hayan amparado), y se está promoviendo una modificación constitucional que permitirá a Chávez perpetuarse en el poder indefinidamente. Esto último sí que es un retroceso peligroso. Es un ademán propio de un dictador. Y el hecho de que Baduel, antiguo correligionario de Chávez y ex ministro de defensa, esté haciendo propaganda contra el referendum me hace temer que se haya destapado el lobo que llevaba la piel de puto payaso.
Así pues, aunque no estoy seguro de que merezca pérdida tan sensible, le retiro mi confianza a Hugo Chávez, que en cuanto se entere es probable que abandone todo y se recluya en un monasterio. Pero, ¿cuál es el detonante de mi decisión terrible? Pues sí: la intervención en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile, hace unos días. Pero no es por lo que dijo sobre Aznar y el golpe, que parece que no se aleja mucho de la verdad, sino por el ademán de gallito de patio de instituto que gasta. Es un chulo impresentable. Ya no parece una persona especialmente avispada con ese gesto de chusquero bestia cocido en aguardiente, pero es que además ese rollo de dirigirse al Borbón con un señor rey para cagarla como la cagó al decir que es el responsable de la política exterior, y que estuvo implicado en el golpe de las 48 horas… Ya digo; ahora ya nadie se acuerda excepto Llamazares, pero Aznar envió a su embajador junto al de EEUU a saludar al golpista Carmona, que es una vergüenza, cierto; pero el rey no tiene ninguna potestad en política exterior. Apenas tiene margen de decisión, y mucho menos en un tema tan delicado.
También es verdad que no debe un Jefe del Estado dirigirse a otro en la manera en que lo hizo el Borbón, pero es que el otro se lo ganó a pulso. El rey hizo lo que todo el planeta hubiera deseado hacer en aquel momento. En este sentido, como catalizador de la reacción instintiva de la humanidad toda, podemos creer aquello de que es quien es por la gracia de Dios. Chávez no se callaba ni de coña, no paraba de apostillar sin dejar hablar a Bambi, que es el típico gilipollas que intenta separar a dos matones y se lleva al final todas las hostias. En esta tesitura en la que el matasiete no deja hablar al tonto, ha de aparecer el justiciero alto y guapo que le sacude un bofetón al gorila dejándolo sentado. Y eso es lo que es ahora el liberador de las américas, reencarnación de Bolívar: un gorila en traje de gala remachado de medallas autoimpuestas.
Y tan mal le sentó a Chávez que le hicieran callar, que no para ahora de decir burradas como el simio que es ahuyentado y que al resguardo de la rama más alta chilla y se da golpes en el pecho (lleno de medallas, insisto).
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