Para ilustrar esta anotación se me ocurre aquella historia del señor que fue multado en su BMW por conducir a 154 km/h, y que luego se comprobó que era ciego, o al menos así lo declararon los jueces (véase). En este caso, su compañía de seguros creyó posible negar la invidencia, dada la evidencia, pero quedaron al final a la luna de Valencia.
Y digo yo, divagando: que se jodan, que no les tengo ningún cariño a las compañías de seguros. Todavía arrastro un dolor en mi rodilla derecha por un accidente de moto a los veintitantos, en el que la Unión y el Fénix me puso un papel delante renunciando a posteriores reclamaciones; fui tan torpe que lo firmé. Aún recuerdo la cara de cerdo del cabrón que me convenció para firmarlo, amenazándome con que si no lo hacía no recibiría nada.
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